• martes, noviembre 11, 2008

    La Obamamanía

    La gran mayoría de la gente que votó por Obama quiere que se acabe la desigualdad social, la erosión de los derechos democráticos y las travesías militares en otros países. Si el gobierno de Obama no puede cumplir con estas expectativas estará rechazando la voluntad del pueblo estadounidense. Lamentablemente todo parece indicar aquello. El discurso de aceptación y la primera conferencia de prensa de Obama presagian un escenario desesperanzador. En la disposición de su gabinete no solo aparecen caras repetidas del gobierno de Clinton, sino que también incumbentes del gobierno de Bush. Y como si esto no fuera suficiente, la inevitable semejanza estructural entre los demócratas y los republicanos, sumado al carácter imperialista de Estados Unidos, parecen despedazar toda esperanza de cambio.

    Las primeras señales de esta teoría se hacen evidentes al comparar la actitud de Obama-candidato con la de Obama-presidente. Hay una diferencia sustancial entre la epístola de campaña, donde se enfatizó el rol del cambio, y el discurso de electo, donde ya comenzó a advertir sobre los serios problemas y las cuantiosas limitaciones con que tendrá que lidiar su gobierno. En su reciente discurso de aceptación Obama se refirió al largo camino que queda por delante, y de la probable imposibilidad de lograr llevar a cabo todas las metas propuestas. En sus palabras esto no sería posible ni en un año, ni siquiera en todo el periodo. También habló sobre los ciudadanos cuando expresó que habrá mucha gente que no estarán de acuerdo con sus políticas. Por primera vez, admitió también, que el gobierno no podrá solucionar todos los problemas. Biden, el vice-presidente electo, remató anunciando que habrán varias decisiones impopulares.

    También veremos como la continuidad lentamente irá opacando al cambio en la medida en que Obama vaya nombrando a los ministros que conformaran su gabinete. Muchos de los nombres que ya se barajan son emblemas del gobierno que en cierta forma pavimento el camino para la actual crisis económica -el periodo demócrata de 1992-2000. Por ejemplo, ya eligió como jefe de gabinete a Rahm Emanuel, un viejo operador liberal conocido concretamente como parte de la facción más dura y tradicional por su rol clave como asesor en la era Clinton. En la cartera de hacienda no solo se especula con ministros de los años de Clinton (Summers), sino que también se incluyen varios nombres de la administración actual (Bair). Tal vez lo más curioso sea la posibilidad de incumbencia que tiene el actual ministro de Bush, Robert Gates, en la cartera de defensa. Con este tipo de decisiones uno podría especular que mantener a ministros en el poder sería simplemente para evitar un régimen de pato cojo (perdida de propósito de actuales ministros con el gobierno porque perdieron la elección). Pero aunque se entienda que hay una idea subyacente de transición, todo esto es esencialmente contradictorio con la ya popular idea de cambio.

    Otra idea que parece sustentar la idea de continuidad es la naturaleza del sistema de partidos. En esencia el partido demócrata y el partido republicano responden a los mismos intereses. Esto sucede por una razón muy simple. Como la amplia mayoría de los votantes pertenece a la clase media, y como sabemos que los partidos estratégicamente buscan maximizar votos, las ofertas de ambos bloques siempre buscan llegar a la misma gente. Como efecto de esto, sus promesas implícitamente son las mismas. Es decir, el partido republicano y el partido demócrata basan sus programas de gobierno en el mismo objetivo. Estratégicamente esto es racional porque solo de ese modo pueden resultar electos. Ahora bien, no solo basan sus proyectos de gobierno en la gente, sino que también deberán tener en cuenta a los grandes motores industriales. En otras palabras, tal como las ultimas décadas, Obama tendrá que gobernar pensando en aquellas corporaciones, bancos y empresas multinacionales que le dan tanta estabilidad al país.

    Finalmente, si Obama realmente quisiera cambio, la organización y fundación estructural del país apunta a todo lo contrario. Por ejemplo, a estas alturas retirar las tropas militares de medio oriente, no es una decisión de un mes para otro, ni siquiera de un periodo presidencial para otro. Hay un sistema económico que justifica este despliegue internacional, y que entrega estabilidad económica interna. Las políticas de relaciones exteriores del gobierno de Bush desde 2002, que han fomentado guerras en Afganistán, Irak, Pakistán e Irán, responden a exigencias estructurales que permiten la sobrevivencia de Estados Unidos como Estado, y por ende serán políticas naturales del gobierno de Obama.

    Si miramos a Estados Unidos como una estructura imperialista, con un sistema de partidos que rutinariamente parece favorecer el status-quo, es difícil ver un cambio tangible en los próximos tiempos. Parece hacer más sentido percibir la campaña de Obama como una cruzada romántica más que una cambio en el sistema. Aunque los principios y fundamentos de Obama sean nuevos, el cambio simplemente no va en un hombre. Los argumentos suman y siguen. Hay una larga historia que avala la continuidad y anula el cambio.

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